Estás a punto de empezar a leer
la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate.
Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se
esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está
la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la
televisión!» Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me
molesten!» Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte,
grita: «¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!» O no lo
digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz.
Adopta la postura más cómoda: sentado, tumbado, aovillado, acostado. Acostado de espaldas, de costado, boca abajo. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama. También puedes ponerte cabeza abajo, en postura yoga. Con el libro invertido, claro.
La verdad, no se logra encontrar la postura ideal para leer. Antaño se leía de pie, ante un atril. Se estaba acostumbrado a permanecer en pie. Se descansaba así cuando se estaba cansado de montar a caballo. A caballo a nadie se le ha ocurrido nunca leer; y sin embargo ahora la idea de leer en el arzón, el libro colocado sobre las crines del caballo, acaso colgado de las orejas del caballo mediante una guarnición especial, te parece atrayente. Con los pies en los estribos se debería estar muy cómodo para leer; tener los pies en alto es la primera condición para disfrutar de la lectura.
Bueno, ¿a qué esperas? Extiende
las piernas, alarga también los pies sobre un cojín, sobre dos cojines, sobre
los brazos del sofá, sobre las orejas del sillón, sobre la mesita de té, sobre
el escritorio, sobre el piano, sobre el globo terráqueo. Quítate los zapatos,
primero. Si quieres tener los pies en alto; si no, vuélvetelos a poner. Y ahora
no te quedes ahí con los zapatos en una mano y el libro en la otra.
Regula la luz de modo que no te
fatigue la vista. Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas sumido en la
lectura ya no habrá forma de moverte. Haz de modo que la página no quede en
sombra, un adensarse de letras negras sobre un fondo gris, uniformes como un
tropel de ratones; pero ten cuidado de que no le caiga encima una luz demasiado
fuerte y que no se refleje sobre la cruda blancura del papel royendo las
sombras de los caracteres como en un mediodía del Sur. Trata de prever ahora
todo lo que pueda evitarte interrumpir la lectura. Los cigarrillos al alcance
de la mano, si fumas, el cenicero. ¿Qué falta aún? ¿Tienes que hacer pis?
Bueno, tú sabrás.
No es que esperes nada particular
de este libro en particular. Eres alguien que por principio no espera ya nada
de nada. Hay muchos, más jóvenes que tú y menos jóvenes, que viven a la espera
de experiencias extraordinarias; de los libros, de las personas, de los viajes,
de los acontecimientos, de lo que el mañana guarda en reserva. Tú no. Tú sabes
que lo mejor que uno puede esperar es evitar lo peor. Esta es la conclusión a
la que has llegado, tanto en la vida personal como en las cuestiones generales
y hasta en las mundiales. ¿Y con los libros? Eso es, precisamente porque lo has
excluido en cualquier otro terreno, crees que es justo concederte aún este
placer juvenil de la expectativa en un sector bien circunscrito como el de los
libros, donde te puede ir mal o ir bien, pero el riesgo de la desilusión no
es grave.
Conque has visto en un periódico
que había salido Si una noche de invierno un viajero, nuevo libro de Italo
Calvino, que no publicaba hacía varios años. Has pasado por la librería y has
comprado el volumen. Has hecho bien.
Ya en el escaparate de la
librería localizaste la portada con el título que buscabas. Siguiendo esa
huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los
Libros Que No Has Leído que te miraban ceñudos desde mostradores y estanterías
tratando de intimidarte. Pero tú sabes que no debes dejarte imponer respeto,
que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros Que Puedes
Prescindir De Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los
Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría
De Lo Ya Leído Antes Aún De Haber Sido Escrito. Y así superas el primer
cinturón de baluartes y te cae encima la infantería de los Libros Que Si
Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero
Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son. Con rápido
movimiento saltas sobre ellos y llegas en medio de las falanges de los Libros
Que Tienes Intención De Leer Aunque Antes Deberías Leer Otros, de los Libros
Demasiado Caros Que Podrías Esperar A Comprarlos Cuando Los Revendan A Mitad De
Precio, de los Libros ídem De ídem Cuando Los Reediten En Bolsillo, de los
Libros Que Podrías Pedirle A Alguien Que Te Preste, de los Libros Que Todos Han
Leído Conque Es Casi Como Si Los Hubieras Leído También Tú. Eludiendo estos asaltos,
llegas bajo las torres del fortín, donde ofrecen resistencia
los Libros Que Hace Mucho Tiempo
Tienes Programado Leer,
los Libros Que Buscabas Desde
Hace Años Sin Encontrarlos,
los Libros Que Se Refieren A Algo
Que Te Interesa En Este Momento,
los Libros Que Quieres Tener Al
Alcance De La Mano Por Si Acaso,
los Libros Que Podrías Apartar
Para Leerlos A Lo Mejor Este Verano,
los Libros Que Te Faltan Para
Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería,
los Libros Que Te Inspiran Una
Curiosidad Repentina, Frenética Y No Claramente Justificable. Hete aquí que te
ha sido posible reducir el número ilimitado de fuerzas en presencia a un
conjunto muy grande, sí, pero en cualquier caso calculable con un número
finito, aunque este relativo alivio se vea acechado por las emboscadas de los
Libros Leídos Hace Tanto Tiempo Que Sería Hora de Releerlos y de los Libros Que
Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te decidieses
A Leerlos De Veras.
...
El libro entero acá...